La rata ibérica

Si a este artículo le pone usted interiormente la voz y la entonación del añorado Félix Rodríguez de la Fuente, seguramente lo disfrutará leyéndolo tanto como yo escribiéndolo y se reirá durante un largo rato. En un ejercicio de libertad literaria, me he permitido poner comas gramaticalmente incorrectas pero que refuerzan las pausas dramáticas, fundamentales en la narración de nuestro añorado Félix. Ahí va:

Queridos amigos de “El Hombre y La Tierra”, hemos asistido estos días con profunda emoción y no poca sorpresa, a la desaparición súbita, inesperada y sonora de uno de los ejemplares más perniciosos, más dañinos, más nocivos para nuestra querida fauna autóctona. Se trata, como ustedes ya sabrán, de uno de los individuos destacados de esa especie, rastrera y dañina como pocas, que es la rata roja ibérica.

Esta variedad nació de una perfecta hibridación entre nuestra casi inofensiva rata europea común y la “rattus bolivarianus”, temible especie importada de Sudamérica, donde lleva décadas asolando gran parte de aquellas maravillas tierras hermanas convirtiéndolas en páramos, en estercoleros, en desiertos tórridos en los que, a su paso, no corre ya una brizna de libertad ni de bienestar.

Esta, pues, especie invasora, encontró en nuestra piel de toro un caldo de cultivo sensacional. Se topó aquí con una muchedumbre anestesiada, profundamente ignorante, acomodada y egoísta, predispuesta a pastar del alimento fácil y engañoso que estas ratas proporcionaban: el odio y la simpleza absoluta.

Como ha quedado demostrado, es esa ignorancia su sustrato principal, cultivada hasta la saciedad durante décadas, desde un sistema educativo infame, la que les sirvió para su rápida diseminación y socavamiento de los cimientos, de las bases, de las columnas de Hércules en las que se asienta nuestra ya no tan joven democracia. Miles de mentes, con el juicio debilitado, fueron presa fácil de la voracidad de estos devoradores insaciables. Contribuyeron a ello, cómo no, unos agentes sociales indolentes, cuando no cómplices, y una clase política acomodada en su hábitat natural. Por ello, pudieron diseminar  la mentira, el chantaje emocional, el cortoplacismo y las falsas promesas, por ejemplo, de que no es necesario cultivar su propio alimento sino que basta con apropiarse del de los demás.

Es por todo eso que esta nociva especia se desarrolló con gran éxito en nuestro tejido social y político, y lo hizo con una fuerza inusitada, dominando ecosistemas diversos en donde jamás hubiéramos sospechado que podría extenderse.  Fruto de ello, anidaron en lugares antes habitados por el espíritu crítico y la cultura, como son las universidades o los medios de comunicación, produciéndose entre ellos una simbiosis destructiva para el resto de especies autóctonas.

Utilizando sus habilidades camaleónicas, propicias para su extensión, lograron con éxito pasar por pacifistas, por demócratas, por tolerantes, por renovadores. Consiguieron así introducirse en el cerebro de muchos crédulos, estimulando hábilmente los resortes de los sentimientos, logrando con ello hacerles ver una realidad distinta a la que existe. Pintaron un presente negro, y avisaron de miles de peligros inexistentes para disimular así que el peligro real son ellos. Lograron enfrentar a unos individuos con otros, a unas especies con otras, en una suerte de aquelarre de destrucción, en el que ellos se erigieran como únicos salvadores.

Afortunadamente, nuestro ecosistema parece estar reaccionando. La Madre Naturaleza es sabia. Como cualquier organismo infectado, está generando anticuerpos que se han cobrado ya una pequeña victoria, mostrando así el camino a otros e insuflando esperanza en nuestro maltrecho solar patrio. No es este que ha caído el único individuo pernicioso de esa temible, voraz y depredadora especie. Hay más, muchos más y tanto o más peligrosos, pero ya han demostrado que ni son invulnerables ni son todopoderosos. Permanecen, eso sí, esgrimiendo de forma ostensible sus  armas unos, y más o menos agazapados otros, perfectamente mimetizados entre el paisaje, haciéndose pasar por individuos inofensivos pero prestos a salir de sus guaridas a cobrarse nuevas presas en cuanto nos descuidemos.

Ahora sólo falta, que todos nosotros al unísono, como en una perfecta, en una armónica sinfonía de valores y afanes comunes, acabemos con esa plaga de parásitos que aún sueña con hacer de nuestra destrucción, su modo de vida.

Siempre encontraremos esperanza en la Naturaleza, esa madre que, como todas las madres, a veces se manifiesta exigente pero siempre será bondadosa con nosotros si la respetamos y estamos dispuestos a aprender de nuestros errores.

Esta agitada primavera, ha traído brotes verdes a Madrid, y es de esperar que, con algo de suerte, aparezcan más en toda la península, y con mayor fortaleza aún si cabe, para acabar de limpiar así de estas ratas nuestra valiosa, única, querida y admirada internacionalmente, por todos los naturalistas del mundo, Fauna Ibérica.

¡Informado al minuto!

¡Síguenos en nuestro canal de Telegram para estar al tanto de todos nuestros contenidos!

https://t.me/MinutoCrucial

Be the first to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo no será publicada.


*